Podemos decir, sin exagerar, que el “movimiento” ha puesto en su sitio su enésima victoria. No sólo ha conseguido hacer digerir una versión aguada, inofensiva y lamentosa del sabotaje, sino que al mismo tiempo ha puesto ante el índice de su “ética” superior toda acción directa violenta que vaya más allá de atacar un compresor, con un molotov. Han vencido también los tribunales consiguiendo imponer los límites de los cuales los buenos chicos no deben salirse, si no quieren vérselas con algo más que unos sonoros azotes en el culo. Para ser exactos los tribunales, más que vencer, han machacado, consiguiendo con la terrorista perspectiva de años y años de cárcel que fuesen los propios compañeros con sus declaraciones quienes plantasen las alambradas que no hay que sobrepasar. Podemos por lo tanto decir, de nuevo sin exagerar, que el “movimiento” ha aguantado asumiendo de todas todas los límites que el poder quería imponer, transformando el incendio del compresor en espectáculo, mediación, política, en una plena y total recuperación del sabotaje. Todo lo que sobrepasa esa visión democráticamente aceptada, no violenta, del sabotaje, se vuelve a los ojos de gente y jueces terrorismo. Nicola y yo, que disparamos a un hombre no limitándonos a destruir cosas, con esa óptica somos terroristas. Los anarquistas antiTAV con sus declaraciones han avalado de hecho esta visión, dándole valor, confirmándola. Quien, empuñando las armas, ataca personas, para la “ética” superior de una parte amplia del “movimiento” es terrorista. Antes que la ética interesada, cándida, del “sabotaje”, prefiero el terrorismo con su clara, malvada, lógica lineal. Antes que la “escasísima retórica” y que la “serena obstinación” del “sabotaje” prefiero la humana violencia, la ausencia de cálculo e “inconsciencia” de quien dispara sin pensar en las consecuencias penales. Antes que la “ética” superior de quien se deja dictar su línea por los abogados prefiero la irracionalidad y la genuina “retórica” “ultraviolenta” y “terrible” del nihilismo anarquista. Aunque sólo sea por una cuestión de estilo, en el tragicómico teatrito de buenos y malos, prefiero interpretar la parte del anarquista malo. Parece que hayan pasado mil años desde que los mismos anarquistas que hoy se llenan la boca de moderación y “palabras éticamente firmes y cabales” clamaban al escándalo y al distanciamiento respecto a otros anarquistas, acusándoles por mucho menos de ser “buenos” al servicio del poder. Los tiempos cambian, las personas también… desgraciadamente. Me habéis metido vosotros, anarquistas antiTAV, en este teatrito con vuestras declaraciones a los jueces; con vuestros silencios cuando la intelectualidad de izquierda, en vuestro apoyo, tomaba distancia de nuestro terrorismo. Tomas de distancia en nombre de “coordenadas éticas” que habéis hecho vuestras de manera sibilina, política y, permitidme, oportunista. Hemos compartido la misma cárcel, el mismo aislamiento. Nos liga un ideario común, un nexo común. ¿Me equivoco u os definís aún anarquistas? Vuestro amadísimo movimiento antiTAV se afanó en que no siguieseis respirando nuestro mismo aire, para que no fueseis confundidos con nosotros los terroristas. De vuestra parte sólo silencio, un silencio cómplice muy similar a un asentimiento. Asentimiento confirmado por vuestras declaraciones a los jueces. Hasta vuestra “liberación” de estos módulos, nunca una palabra sobre los terroristas que ahí dentro quedaban. Cuando vuestros amigos, activistas antiTAV y los varios Perini hablaban del abismo entre sabotaje y ataque a personas, del abismo “moral” y “ético” entre vosotros saboteadores y nosotros malvados terroristas, os cuidasteis mucho de usar palabras claras, de poner vuestros puntos sobre las íes… entonces cuando sí era necesario, pero quizás expresar simpatía hacia nuestra acción en ese momento os habría creado algún apuro. Hoy para mendigar “solidaridad” tendría que colocarme ecuménicamente por “encima” de “polémicas”, desde la “altura” de mi “coherencia” de preso revolucionario, de manera equilibrada, equidistante, hábilmente sostener que en el fondo todas las prácticas y posiciones son equivalentes. Que hay “mil maneras y un solo horizonte”. Que el único terrorismo es el de los estados. Que la unión hace la fuerza, que el “movimiento” no debe dividirse. Hábilmente sostener estas y otras zalamerías. Mejor obviar que después en la práctica son casi siempre las mismas “maneras”, las mismas acciones, las que se materializan, las más digeribles por la gente, las menos arriesgadas para uno mismo y los demás, lejanísimas en años luz de incidir realmente, de hacer auténtico daño. Mejor obviar que en la historia de la anarquía ha habido, y hay todavía, anarquistas que definieron como terroristas sus propias acciones. Mejor obviar el hecho que un “movimiento” unido cueste lo que cueste, en vez de reforzarnos nos empobrece obligándonos al pacto, al acuerdo, a la mediación, transformándonos en políticos y oportunistas. Si de verdad tengo que encarnar un papel en esta comedia quiero que sea el de terrorista malvado. No es que me guste particularmente este papel, pero tras vuestras declaraciones a los jueces la elección es obligatoria. En la comedia que habéis contribuido a montar hay sólo dos bandos, el anarquista malo, el terrorista que derrama sangre, y el anarquista bueno, el “saboteador” que humanitariamente ataca sólo las cosas, que instituye su “ética” superior con el código penal en mano y que juzga la “moralidad” de una acción únicamente por su utilidad político-estratégica y por la más o menos digeribilidad por parte del movimiento de referencia: antiTAV, antidalmolin, antimose, antimuos… el que sea. Por ahí no paso, si las cosas están así mejor terrorista. Cualquiera que conozca un poco de historia de la anarquía bien sabe que a veces los anarquistas han practicado el terrorismo, atacando a bulto una clase social, la burguesa, alguna vez incluso de forma indiscriminada. Por mucho que digan ciertos insurreccionales el terrorismo forma parte de nuestra historia, la de la anarquía. Todavía hoy existen anarquistas que no se escandalizan si son definidos terroristas, a despecho de códigos penales y de lo políticamente correcto. No se escandalizan porque están convencidos de poder aterrorizar con sus acciones de venganza social a toda una clase: la burguesa y patronal. No se escandalizan porque están convencidos de hallarse en guerra con todos los medios, cueste lo que cueste. Una vez apresados estos anarquistas reivindicaron con orgullo ante la gente, jueces y tribunales sus acciones, asumiendo su responsabilidad, pero nunca pontificando sobre acciones “éticamente” justas o no, nunca divagando sobre fantasiosas y risibles “coordenadas éticas” que son únicamente producto de un irrefrenable, irresistible, descompuesto deseo de “salvar el culo”. Quede claro que no tengo nada en contra de la defensa técnica, no veo nada de malo en “salvarse el culo”, yo he sido el primero en hacerlo con el proceso abreviado, pero dejad que sean vuestros abogados quienes lo hagan (entiéndase siempre que en los límites de la decencia, entiéndase siempre que si uno la tiene) y sobre todo no echéis mierda a otra prácticas sintiéndoos “éticamente” superiores sólo porque no habéis tocado un pelo a nadie. No recubráis de “ética” vuestra “victoria” jurídica. Es cierto, hoy para el estado no sois terroristas sino saboteadores, habéis vuelto respetable, desarmado, el sabotaje, no veo sin embargo en ello ninguna “victoria”, sólo un paso de más hacia la uniformización y la adaptación a una existencia que decís combatir. ¿Qué fin han llevado vuestras tan afiladas “puñaladas a lo existente”? Vuestras palabras en el tribunal me han arrastrado de mala gana a esta diatriba “ética”. Callar de mi parte habría sido avalar el falso binomio “ético” destinado a gente y jueces de saboteadores buenos y terroristas malos. Considero llegado el momento de romper este “marco de coordenadas éticas” impuestas por un “movimiento” antiTAV espejo demasiado fiel de esta realidad, hijo de la democracia, falso opositor de lo existente. Bastaría ignorar los aplausos y los silbidos de las asambleas de la “gente”, convertidos ya en instrumento de la política de la simulación. Bastaría dejar de imponerse límites en la acción. Bastaría eso para abrir nuevas perspectivas con las que salirse del espectáculo de la política “participativa” y “ciudadana”. Para acabar dejad que por una vez la discriminación la haga yo entre los aficionados al lento trabajo en lo social, del sabotaje que no le toca la cara a nadie, y quien, como yo, piensa que entre un punto A y un punto B la línea recta de la violencia sin cortapisas es la más breve, la más eficaz, la más alegre.
-Alfredo Cospito
Enero de 2015
Tomado de Publicacion Refractario